La lucha por lo que se cree: defendiendo el territorio contra los extractivismos en Puelmapu
¿Qué tienen en común en Puelmapu (territorio mapuche del este) la confluencia de los ríos en Neuquén, con el noroeste de la Línea Sur en Río Negro, con el centro norte de Chubut y con las áreas lacustres y boscosas cordilleranas en cada una de esas provincias? Extractivismo, intereses de capitales locales y extranjeros y avanzada neoliberal. Pero también tiene en común defensa territorial, preexistencia originaria y resurgencias mapuche.
Resulta una coincidencia —o una triste coincidencia— que las zonas de interés extractivista en la actualidad y en el pasado hayan sido avasalladas por el avance y expansión del Estado argentino por sus intereses políticos y económicos con los territorios indígenas. Hoy en día, megaproyectos mineros de fracking y de supuestas energías limpias, entre tantos otros, se superponen a antiguos fortines y campos de concentración trazados por las campañas militares a un “desierto” que nunca fue tal. El despojo continúa y la desgracia parece prolongarse.
El Pueblo Mapuche en Puelmapu, y quienes han sobrevivido al genocidio de finales del siglo XIX, fueron mayoritariamente sometidos a un derrotero de desplazamientos forzados que reubicó a la población en múltiples destinos dentro de Wajmapu. La tendencia fue la ocupación de la gente en áreas distantes, supuestamente —o en ese entonces— inhóspitas y carentes de recursos de interés para la época. Sin embargo, con el paso de las décadas la naturaleza se volvió mercancía, y esos lugares alejados comenzaron a mirarse con ojos de intereses inmobiliarios, petroleros, mineros y turísticos.
Muchas de esas zonas contienen una gran biodiversidad, y no es casual que los pueblos originarios, en este caso mapuche y mapuche-tehuelche, hayan sido y sean los que la conservan con sus prácticas ecológicas y culturales. El resguardo de los territorios responde, entre otras cosas, a la concepción de que cada elemento de lo que occidente nombra como naturaleza, hace un equilibrio y unidad, al ixokomfijmogen («todas las vidas en una»). Mientras que para el wingka, esos elementos sólo son mercancía: agua, viento, árboles, oro, plata, minerales, hidrógeno verde; todos son vendibles y comprables.
El llamado a cuidar el lugar en el que se ha permanecido ancestralmente o al que se ha ido a parar por las trayectorias de una movilidad obligada, viene desplegando organización desde los territorios, una que es de carácter intracomunitario, es decir, que requiere de un fortalecimiento interno, y también intercomunitaria de articulación entre lofce cuya afectación es común, además de pertenecer a la misma región. Con esto, y a pesar de que sea difícil encontrarle un lado positivo al extractivismo, la respuesta de la gente está provocando que se reactiven memorias largas, unas que permiten revincularse con las raíces y a la vez reafirmarlas. Son esas raíces las que sostienen esos lugares, así como los procesos que, resignificados a la luz del presente y de las nuevas generaciones, le dan otro significado a los bienes comunes que el mundo —o el que se hace llamar “Norte Global» — mira con el signo dólar.
Este levantamiento de las familias y comunidades mapuche también está costando soportar las acusaciones de ser falsas o truchas en discursos de odio y mediáticos que intentan deslegitimar, no sólo la defensa territorial y ambiental, sino también la propia identidad y el derecho de reafirmarla, de volver a ella y de hacerla resurgir.
Mientras mayor es el interés de inversión sobre determinada zona, en un «paraíso» de lago o montaña, o en la renombrada Vaca Muerta del oro negro, o en la traza de un nuevo oleoducto hacia él Océano Atlántico que promete más «desarrollo», mayor es la estigmatización, persecución, represión y criminalización. El ingreso de las fuerzas de seguridad y paramilitares a territorios comunitarios de Puelmapu con la finalidad de interrumpir los resguardos y recuperaciones territoriales, se llevó durante los últimos años las vidas de Rafael Nahuel, Santiago Maldonado, Elías Garay y ha violentado a mujeres mapuches como a las lamgen de Furilofche que permanecieron detenidas injustamente durante largos meses, y a ñañas mayores como las del Lof Campo Maripe.
Cada recorrido de lucha es particular a cada contexto, así como a la coyuntura política local. Sin embargo, parece existir un común denominador cuando la amenaza del que es el verdadero «otro» regresa, que es proteger lo propio, no con una concepción de propiedad privada, sino con una cosmovisión que coloca a pu mapuche como responsables del cuidado y ordenamiento del territorio que habitan y con el que se vinculan. Es entonces la preexistencia, la relacionalidad con el entorno, y la consciente convicción de que como mapuche se defenderá el territorio —aunque eso implique recuperar, además de tierra, tantos saberes silenciados— la suma de motivos para resistir a los embates de los extractivismos.
Los derechos ganados —porque fueron peleados— hoy en día posibilitan disputas cuando esos marcos legales se aplican, como el reconocimiento de la preexistencia de los pueblos, la consulta libre, previa e informada, y el derecho a tierras aptas y suficientes, como dictan convenios internacionales y la constitución argentina. El uso de estas herramientas por parte de las comunidades resulta crucial para alcanzar seguridades jurídicas. Pero a la par de lo que esto concede, la lucha se sostiene en conversar con la mapu y con los newen y gen que la integran en cada uno de los gejupun en los que se pide y agradece el agua, en donde se ruega para que calmen los incendios y para que el volcán se fortalezca. Se sostiene cuando se rememora la palabra de las abuelas y abuelos, cuando no se olvida y reivindica lo que tuvieron que soportar los mayores, cuando se valoran los trabajos de cuidado, a cargo habitualmente de las mujeres, y que hacen una reproducción de lo vital. Porque la defensa de los territorios reside en la creencia de todo esto, una que se resguarda, recupera, resurge y seguirá resurgiendo en cada brote.
Melisa Cabrapan Duarte
Es doctora y licenciada en antropología social por la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Nacional de Río Negro, Argentina. Investiga desde la antropología feminista y los estudios de género y realiza un posdoctorado (CONICET-UNCO) sobre extractivismo petrolero y resistencias mapuche en Neuquén. Es parte del Lof Newen Mapu de la Confederación Mapuce de Neuquén y de Pu Zomo del Consejo Zonal Xawvn Ko, organización de mujeres mapuche. Ha publicado libros, capitulos y artículos sobre mercado del sexo en sitios extractivos; resistencias antiextractivistas desde el género e interseccionalidad; y sobre trayectorias migratorias y laborales de mujeres dominicanas en la Patagonia, entre otros.